jueves, 3 de enero de 2008

VENCI LA DEPRESIÓN


Mi papá murió cuando yo era una niña, mi mamá trabajó muy duro para mantenernos; daba clases de piano y de inglés. su entereza nos sacó adelante, nos mandó a colegios privados, nos enseño inglés y gracias a ella aprendía cocinar, pero jamás imaginé que sería precisamente la cocina un aspecto tan importante en mi vida. sí fui creciendo, en un ambiente tranquilo.

Cuando ya tenía 24 años, un día recibí una llamada telefónica de un inglés, que cambió completamente mi panorama. Me dijo que traía una carta de una amiga mía de Jamaica y que me invitaba a cenar, desde que lo vi me fascinó. Al día siguiente me mandó un arreglo de flores, cuando le hablé para darle las gracias, me comentó que había pensado quedarse un día más, y me invitó a salir nuevamente. Al final, se quedó una semana.

Al poco tiempo de haberse marchado me invitó a Jamaica y por su-puesto, yo acepté. A la semana nos comprometimos, llegué a México, arreglé mi boda y al mes nos casamos. A mi mamá le caía muy bien y estuvo de acuerdo con el matrimonio, incluso llegó a decirme que yo la cuidaría mejor estando casada y feliz, que soltera y amargada. Así que me casé, y nos fuimos a vivir a Jamaica. Yo nunca había vivido fuera de mi país, ni lejos de mi familia. Debo admitir que me costó bastante trabajo adaptarme. Fue un shock: cambiar de estado civil, tener un bebé, estar en un ambiente totalmente diferente, extrañar a tu familia, a tus amigas, a tu comida... porque ni siquiera contaba con los ingredientes para poder prepararla. Esto último podrá resultar absurdo para muchos, pero quienes han tenido que vivir alejados de su país y de su cultura, comprenderán muy bien cómo me sentía, cinco años después, nos trasladamos de Jamaica a Inglaterra.

Pensé que la vida en Inglaterra iba a ser mucho más fácil, sin embargo, me costó bastante trabajo adaptarme,  el clima es terrible.
En, invierno oscurece a las tres de la tarde, vives de noche y encerrada, la gente es muy reservada... Sin embargo, en medio de todos estos contratiempos, siempre tuve el apoyo de mi madre que, al verme tan triste y deprimida, me animaba diciéndome:

"Lourdes, tú puedes, échale ganas".


Pero ya llevaba ocho años viviendo en Inglaterra, y yo no era plenamente feliz., no entendía lo que me pasaba, lo tenía todo: un marido sensacional, mis hijos, mi mamá. una casa preciosa. Sin embargo, estaba muy deprimida. Había estado tratando con toda mi alma de adaptarme a Inglaterra, quería ser aceptada... pero no lo lograba. Mis hijos ya iban al colegio y yo estaba más sola que nunca. Necesitaba hacer algo útil que me permitiera vencer mi estado depresivo. No era ni soy el tipo de mujer que se deja caer; yo debía salir adelante.

Un día mis amigas me pidieron que les diera una clase de cocina mexicana, en principio la idea me pareció absurda, pero luego mi mamá, desplegando de nuevo todo su optimismo, me alentó: "Hija, claro que puedes, anímate".Y me animé.

Entonces decidí que en la primera clase les enseñaría hacer arroz y chiles rellenos, para los cuales podía usar pimentón verde y una rajita de chile jalapeño para darles sabor Iban a ir cuatro amigas, pero finalmente llegaron dieciocho. Yo estaba feliz. ¡ Había dieciocho personas en mi, cocina que se interesaban por mi país, traje México a mí, con lo cual sentí que mi alma regresaba al cuerpo.

Y así una cosa me llevó a la otra, lo que empezó como una simple clase de cocina, pronto se convirtió en un curso. Una vez a la semana venían catorce personas, que eran las que cabían bien en mi cocina, y tomaban las clases, empecé a investigar dónde conseguir los ingredientes.

Fui a un mercado en Londres que vende comida de diferentes países y descubrí que el noventa por ciento de los ingredientes que necesitaba los podía encontrar en cualquier lugar del mundo. Los hindúes importaban cilantro, los jamaiquinos, que hay muchos en Inglaterra, comen mucho fríjol, mango y chile, podía comprar fideo italiano.
Supe que en las tiendas chinas vendían fríjol negro y pepitas de calabaza, los cuales eran idénticos a los mexicanos porque, en la época de la Colonia, existía un comercio intenso entre los dos países,  con las clases tuve que avivarme, usar la imaginación, llenarme de energía. Ya la depresión no podía formar parte de mi vida.

Un día, hojeando una revista, leí un comentario donde se lamentaban de que no hubiera nadie en Inglaterra que pudiera cocinar buena comida mexicana. Les escribí y les conté de mis clases, en una próxima edición apareció mi carta, con mi dirección y mi teléfono. Poco después me hablaron de una casa editorial y me ofrecieron escribir un libro de gastronomía mexicana. Acepté de inmediato, es más, hubiera pagado por escribirlo.

Primero se imprimieron 50,000 ejemplares. pero finalmente se vendieron 300,000 libros. Yo era otra mujer, estaba realizada, poco a poco me empezó a afectar menos el clima, me sentía menos sola y mucho más contenta.

Las clases iban muy bien. gracias a mis alumnas empecé a servir pequeñas cenas y cócteles, y el servicio de banquetes comenzó a crecer, para un 15 de Septiembre (víspera de la fiesta de la independencia mexicana), la Embajada de México en Londres me encargó la cena. Era una recepción para 500 personas,  cociné días enteros, pero lo logré. En otra ocasión serví un cóctel para 800 personas en el Castillo de Windsor Como la reina Isabel iba a acudir; tuve que hacer todas las quesadillas de un tamaño minúsculo para que se las pudiera comer e un solo bocado. ¡Fue un éxito!

¿Mi depresión? Ya no tenía cabida en mi nuevo ritmo de vida, había comenzado a vender tortillas entre mis alumnas y esto me animó a presentarme en Harrod's con una bolsita plástica llena de tortillas y una etiqueta hecha a máquina que decía: tortillas de maíz mexicanas. Para mi asombro, Harrod^s ordenó 50 docenas, era imposible surtir un pedido así, pero mi optimismo no me abandonó. me organicé y les empecé a vender regularmente.
La demanda por tortillas me sorprendió, ya no me daba abasto. Así que contacté a una persona para que me asesorara en el negocio, que cada día crecía más. tomé un paquete de tortillas y me fui de banco en banco hasta que conseguí un crédito. El resto del dinero me lo dieron varios amigos que confiaron en mí. Fue increíble contar con tanto apoyo, ya con el dinero, compré tres camiones de equipo y renté una nave industrial.

Contraté a siete personas y nos pusimos a limpiar, en esa época fui mecánica, cocinera y vendedora. Así nació "La Mexicana Quality Foods".

La compañía me alimentaba espiritualmente,  gracias a ella no sólo vencí la depresión, sino que además logré crearme una identidad, me volví quien soy

A los cinco años exportábamos tortillas a 19 países de Europa y a Japón. Sin embargo, había llegado el momento de vender mi marido y yo queríamos dejar de trabajar viajar y disfrutar así que, a los siete años de haber fundado la compañía, la vendí en cuatro millones y medio de dólares.